Nos acostumbramos a ser gente, colectivos, grupos. Empezamos siendo alumnado, y luego recursos humanos, población, ciudadanía, masa.
Gente, en fin, sosa y anónima. Componentes de un sistema que no alcanzamos ni siquiera a entender, como si fuéramos minúsculas teselas, que no tienen ni idea de la belleza del enorme mosaico del que forman parte, y que sólo pueden admirar quienes tienen una visión más elevada.
Nos conformando con la visión parcial de la realidad que tenemos desde nuestro limitado punto de vista, incapaces de acceder a la perspectiva privilegiada de la que, aparentemente, sólo gozan unos pocos. Es como cuando subes en la fera a la noria, y de pronto lo ves todo desde arriba, y comprendes, en fin, la dimensión real de las cosas. Pero la noria de esta feria parece ser cara, y tiene pocas plazas. Incluso es posible que haya algunos que crean estar en lo más alto de ella, cuando en realidad no han subido más que a la barca vikinga.
Pasamos la vida siendo gente y viendo gente a nuestro alrededor. Trabajamos cada día con gente, viajamos con otra gente en los autobuses, en los trenes, en las carreteras. Paseamos junto a gente, compramos donde compra la gente, y escuchamos las tonterias de la gente. Dependemos día a día de gente absolutamente desconocida. Ni un nombre, ni una persona. Sólo gente.
Frente a esto, nos ofrecen la "personalización". Customización. El "tuning" de la vida. Puedes "personalizar" tu móvil, como hace todo el mundo, puedes "personalizar" tu coche como el resto de la gente, puedes comprar artículos "únicos" hechos en serie, puedes hacerte famoso, o famosa. Puedes comprarte una mascota "única" en alguna tienda de mascotas únicas. Puedes comprarte un collar con tu nombre, eligiendo entre unas cuantas decenas de ellos. Puedes "personalizar" tu fondo de escritorio, poniendo la foto del desierto, la de las olas o una de flores. Y todo en busca de una identidad hace tiempo diluida en anonimato.
Por fortuna, hay momentos en los que dejas de ser gente. Es cuando, frente a algunas personas, el "uno" pasa a ser "yo" y el "una" se convierte en "tú". Aparecen los nombres verdaderamente propios, todo se personaliza definitivamente, y recordamos aquella identidad que teníamos arrinconada.
Y entonces, de repente, ¡existo!
Bueno, al igual que todas las que leo tuyas, esta entrada tampoco me ha dejado indiferente.
ResponderEliminarLa verdad es que como dices, a veces nos olvidamos de nuestra propia identidad queriendo hacernos ver como personas que no somos realmente, creo que ser uno mismo es algo muy bonito. Hago otro apunte, en ocasiones cuando entramos en rutina o en ambiente de competitividad por algo quizá también propicia que no caigamos en la cuenta de que esa gente que tiene inquietudes parecidas a las nuestras, y podemos llegar a pensar: cada uno que se las apañe como pueda...
Por cierto,¡gran final!
"Corred el riesgo de ser diferentes, pero aprended a hacerlo sin llamar la atención" Decía el gran Paulo Coehlo...yo digo que ser uno mismo es aprender a no mirar la respuesta de tus palabras, a apreciar tu aplauso interior, a veces creemos que una persona aplaudida por millones de personas lleva más razón que una aplaudida por unas pocas que realmente están de acuerdo. La masa acaba diluyendo las razones, la democracia (no quiero parecer amante de la tiranía ni mucho menos) se ha convertido en una guerra de números en la cual la masa vence a la razón...
ResponderEliminarYo digo que dos buenas razones distintas valen más que dos millones de aplausos vacíos de una masa que, como has dicho, no tiene identidad...
Podéis seguirme en: http://donde-las-dan-las-toman.blogspot.com/