viernes, 19 de febrero de 2010

Historias y personajes autobuseros (IV): los hombres de las bolsas de basura

El autobús estaba casi vacío cuando subí: sólo una chica abrazada a una carpeta, tres señoras casi dormidas y, en los asientos de al lado de la puerta, ellos dos.

Iban juntos pero callados, con las miradas perdidas a través de los cristales borrosos de polvo, y una expresión en sus caras a medio camino entre la derrota de toda una vida y la ilusión descafeinada de un volver a empezar. La expresión de la cara de quien ha vuelto a salir en libertad, después de un tiempo de prisión, otra vez. Una vez más.

El que estaba sentado junto al pasillo agarraba con fuerza la barra roja del autobús, con sus manos plagadas de rudimentarios tatuajes, mientras su colega tamborileaba nervioso con los nudillos en el cristal del autobús. Ambos llevaban entre las piernas una bolsa de basura negra. La bolsa de basura en la que les dieron sus pertenencias al salir de Sevilla I esta mañana. Una bolsa de basura que bien le valdría, piensa, para meterse él, para meter la vida que ha tirado entre los barrotes.

Ahora cumplirían con el ritual de la libertad, ya convertido en rutina: llegar a la casa, beso a la madre sufridora, comida de verdad, ducha, tele... Y mañana despertar otra vez en el mismo barrio, sin nada que hacer, pasando el día con la misma gente, en la misma esquina, hasta volver a cagarla.

Pero quién sabe, quizás esta vez sea para siempre. Quizás no vuelvan a llevar nunca la cartera en una bolsa de basura. Quizás no vuelvan a necesitar sus galones tatuados en los nudillos. Quizás no tengan que volver a coger nunca este autobús.

lunes, 8 de febrero de 2010

Tempus fugit

¿Ves esa agujita metálica
girando a trompicones, despiadada
en tu muñeca, destruyendo a segundos
el tiempo que te queda? Alimentada
con los números de la esfera, resta
un minuto a tu vida cada vuelta.

(Siempre quise saber dónde se va el tiempo cuando pasa)

-A esto me dedico en la biblioteca, en vez de estudiar a Vygotsky y compañía.
-¿A escribir?
-¡No! ¡A mirar el segundero!

lunes, 1 de febrero de 2010

Cuando se apague la luz

Cuando la luz se apague, que no te de miedo, que no te quedes buscando inútilmente otra bocanda de aire.

Cuando se apague la luz, que lleves las pilas de tu linterna cargadas de vida vivida, de amigos y risa, de amores, de madrugadas y de días soleados, de olores antiguos.

Cuando la luz se apague, que lleves tus manos vacías de dar, y tu corazón lleno de nombres grabados, como dijera el poeta.

Cuando se apague la luz, que no pienses que está oscuro, que no pienses que es ausencia, que no pienses que es tragedia, que albergues la esperanza de ver otra vez el sol.

Cuando la luz se apague, que hayas amado.

Cuando se apague la luz, que hayas vivido. Por si acaso.