viernes, 10 de septiembre de 2010

Del adiós desterrado

Paulatinamente, y casi sin darnos cuenta, hemos ido desterrando de nuestro vocabulario la palabra adiós, sustituida por un volátil hasta luego, aun cuando sabemos que no volveremos a ver a nuestro interlocutor.

Algunos piensan que la pérdida del adiós es una consecuencia más de la secularización de nuestra sociedad. Ya les hubiera gustado a aquellos que intentaron desterrar el adiós de los labios de nuestros abuelos, sustituyéndolo por el muy laico salud, por otra parte con escaso éxito. Pero no creo que sea esta la razón profunda de este cambio en nuestras despedidas.

El adiós se ha teñido hoy de una pátina de finitud, de irreversibilidad, y es precisamente de esta terrible realidad del "se acabó" de la que nuestra cultura occidental intenta huir a toda costa, obviándola, haciéndola desaparecer de nuestras cabezas, diluida en dinamismo y futilidad, oculta tras la cortina de humo de la provisionalidad. Y el hasta luego no es más que la expresión, en forma de despedida, de esta huida de lo definitivo.

Nos negamos a aceptar la posibilidad de no volver a ver a la persona que despedimos, o quizás a reconocer que no tenemos el control absoluto sobre nuestra vida para provocar un nuevo encuentro. Nos da un miedo atroz decir adiós, porque nos aterra el para siempre. O el para nunca. Porque no somos capaces, como lo eran nuestros abuelos, de saber cuándo la fiesta ha terminado.

2 comentarios:

  1. genial! como todo lo que has escrito

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  2. Siempre he odiado esa palabra y jamás había encontrado una forma tan precisa y concreta de explicarle a la gente el porqué no permitía que nadie me lo dijera.
    Eres muy bueno Ramonchu, sigue así.

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