domingo, 1 de marzo de 2009

Del odio, el silencio y el hartazgo

Ellos le han destrozado su casa, y él les ha destrozado la suya. Me sorprendo al leer en el periódico la noticia de ese mozo vasco que, maza en mano y euskal-cojones de Bilbao (o de Lazcano, en este caso) por delante, ha entrado en la "herriko-taberna" de su pueblo, madriguera de las "herriko-sabandijas"que volaron su casa junto a un local del PSE, y la ha dejado hecha unos zorros.

Me sorprendo también de sentir en mi fuero interno un placer profundo, primario e inquietante. Algo así como un "ya era hora", rechazado por el intelecto, pero refugiado en las entrañas. Una sensación que, al parecer, es compartida por buena parte de este país.

Algo andará extraviado en este mundo cuando gran parte de la población siente tal odio y tantas ganas de ojo por ojo. Algo andará extraviado, cuando a los vecinos del pueblo les parece más sorprendente la imagen de la "herriko-taberna" destrozada que la de uno de sus concejales con un tiro en la nuca. No escribo más, que me enciendo.

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