Media hora esperando en la salida de pasajeros de un aeropuerto da para mucho:
Puertas correderas automáticas con anuncios. Con muchos anuncios.
Expectación al abrirse la puerta, tornada en aburrimiento cuando las dos hojas se vuelven a unir y vuelta otra vez expectación cada vez que se separan.
Personas que esperan a señores y señoritas trajeados de los que sólo saben su nombre, que aparece impreso en un folio que muestran con esperanza cada vez que se abre la puerta, a la espera de alguien que reconozca sus propios apellidos en el cartel.
Gente con prisa que abandona rápidamente la escena mientras hablan por teléfono.
Trabajadores con acreditación que atraviesan una y otra vez la puerta en sentido contrario, haciéndose los interesantes mientras hablan por su walkie.
Conversaciones intrascendentes entre los que esperan.
Y aquella niña rubia que parecía ajena al cuadro, que se abalanzó sobre su padre cuando lo vio aparecer entre los anuncios, casi tirándolo al suelo, y que me alegró la tarde.
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